Una de las cosas que he aprendido en mis viajes como fotógrafo callejero es a guarecerme cuando el sol aprieta demasiado, en algún mercado, escuela o templo, y trabajar en el interior. Así que, aquel día en concreto, huyendo del sol de medio día, entré en un restaurante y me encontré con estas dos chicas que esperaban a que llegaran sus amigos. Y pensé “esto es realmente fascinante”. Allí estaban estas dos chicas africanas, vestidas con trajes tradicionales y, sin embargo, en la pared tras ellas, había un maniquí que debía de provenir de algún lugar de Europa… y pensé en esa colisión... en cómo el choque de esos dos mundos que confluían planteaba una interesante reflexión.