Una tarde a última hora, paseando por uno de estos campos de refugiados palestinos en las afueras de Beirut, vi a estos niños jugando sobre una pieza de artillería. Pensé que lograría un buen ángulo para esa foto si me agachaba para ver la silueta de los niños recortada contra el cielo, pero, al ponerme en cuclillas, me di cuenta de que todos aquellos proyectiles, toda esa munición viva, podía estallar en cualquier momento. Pero los niños se lo estaban pasando en grande, inconscientes del peligro que les acechaba. Hice algunas fotos y les rogué a los niños que se fuesen a otro sitio a jugar, porque en cualquier momento todo aquello podía estallar y sería una gran tragedia.